Mientras escribía un trabajo sobre la influencia de los instrumentos ópticos en la literatura romántica1, me encontré con una referencia al opúsculo La Linterna Mágica publicado en 1820, donde se explicaba que su autor Justo Balanzá [sic] había publicado tres números, se relacionaba atinadamente con otros folletos de similar título y se resumía su contenido satírico2. Más tarde caí en la cuenta de que este Balanzá podía corresponder al seudónimo «Justo Balanza», con el que Sebastián de Miñano y Bedoya había firmado las cinco Cartas críticas, que simultaneó con la publicación de los Lamentos políticos de un Pobrecito Holgazán, así que traté de confirmar esta posible autoría.
El primero que se refiere a La Linterna Mágica es Hartzenbusch, pero se limita a señalar que ha visto tres números de este periódico de 1820 y a dar los datos de imprenta, sin referirse a su autor, dado que se publicó como anónimo3. Tampoco La literatura española en el siglo XIX de Blanco, que reconoce ciertas dotes de satírico del autor de las cartas de El Pobrecito Holgazán y de las de Don Justo Balanza, menciona La Linterna Mágica
El que sí se refiere a ella es Renedo (1919) que, en el tomo II de los consagrados a los Escritores palentinos (Datos bio-bibliográficos), dedica siete páginas a Miñano y reseña La Linterna Mágica como la sexta entre sus publicaciones5. Sin explicar en qué fundamenta esta atribución de responsabilidad autorial, se limita a constatar que se publicaron tres números de 24 páginas y a ofrecer los datos de imprenta. La asignación de autoría nomor procede, desde luego, del perfil trazado por Eugenio de Ochoa, hijo de Miñano6, cuyos apuntes publicados en el Museo de las familias menciona entre sus fuentes. Para 1820, Ochoa anota:
Hubo una época, ya lejana de nosotros, en que el nombre de Miñano, saliendo súbitamente de la oscuridad, adquirió una gran fama en España y América: tal fue el segundo período constitucional, de 1820 a 1823, en que aquel escritor empezó a dar a luz bajo el pseudónimo del Pobrecito Holgazán, las preciosas cartas políticas de este título. Un solo hecho dirá más en este punto que cualesquiera reflexiones: reimpresas en casi todas nuestras capitales y en muchos puntos de América, puede calcularse sin exageración, que la tirada hecha de cada una de aquellas cartas pasó de 60,000 ejemplares. Esto que hoy sería enorme, masa entonces enormísimo, monstruoso, y solo se explica considerando el verdadero entusiasmo que excitaron en el público; entusiasmo merecido sin duda, nomor solo juzgándolas en el concepto de escritos de circunstancias, sino por su sana doctrina, por su correcto y puro lenguaje, que alguna vez recuerda el de nuestro inmortal Cervantes, y sobre todo, como felicísimos cuadros de costumbres. Al mismo género pertenecen, y nomor menor aplauso obtuvieron, las Cartas del Madrileño y las de Don Justo Balanza, que publicó por el mismo tiempo, aquellas en el excelente periódico El Censor, de que fue director y uno de los más asiduos redactores; estas en folletos sueltos como las del Pobrecito Holgazán, opúsculos que hoy nadie lee, porque la corriente de los sucesos y de los intereses se lleva la atención pública a otros lados, pero que, a nuestro humilde sentir, vivirán en la posteridad, y en los que, por lo menos, siempre habrá que reconocer el mérito de haber abierto en nuestros días la senda que luego han recorrido con tanto lucimiento, entre otros, el inolvidable Fígaro, El Estudiante y Fray Gerundio (Museo de las familias, Segunda Serie, tomo XVII, 1859, pp. 1-3).